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Whitman inauguró un mundo, afirmó o insinuó en él todo lo que deseaba o necesitaba afirmar o insinuar del nuestro y después lo clausuró, obteniendo y brindándonos un producto perfecto.
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Pocos poetas poseen una voz tan personal, poderosa e influyente como Walt Whitman. Así lo afirma Juan Marqués en su presentación: el poeta de West Hills consiguió, sencillamente, decirlo todo.
Whitman inauguró un mundo, afirmó o insinuó en él todo lo que deseaba o necesitaba afirmar o insinuar del nuestro y después lo clausuró, obteniendo y brindándonos un producto perfecto, macizo, sin grietas. Lo que cantaba de sí mismo lo cantó de todos nosotros, lo que dijo de América lo extendía a todos los rincones del universo.
Hemos seleccionado para esta antología veintiséis poemas del célebre Canto de mí mismo, con una nueva traducción de Antonio Rivero Taravillo y un impresionante trabajo gráfico de Kike de la Rubia. (fuente: editorial)
Walter Whitman nació en West Hills, un caserío rural de Huntington, en el centro de Long Island, el 31 de mayo de 1819, apenas 43 años después de que los Estados Unidos hubieran proclamado su independencia de la Gran Bretaña. Su familia y sus estudios fueron pobres, pero él demostró desde niño un espíritu inquisitivo y autodidacta. Trabajó desde muy pequeño, y en uno de esos trabajos, como recadero de un despacho de abogados, sus patronos lo suscribieron a una biblioteca ambulante, donde leyó Las mil y una noches y todo Walter Scott: así descubrió la literatura. Pasó a emplearse en imprentas y a ejercer como periodista, que fue la principal ocupación de su vida. Whitman, además de leer, disfrutaba de los museos, las conferencias y la ópera de Nueva York, aunque seguía gozando de la naturaleza, a la que se sentía muy unido por su infancia rural y sus vínculos familiares; un amor que determinaría algunos de los rasgos más destacados de su poesía.
Sus primeros cuentos y poemas, hechos a la manera de los clásicos ingleses, no auguraban al poeta revolucionario que fue. Inspirado por el trascendentalismo de Ralph Waldo Emerson, y estimulado por la necesidad, que el filósofo había expresado en conferencias y ensayos, de que los Estados Unidos contaran con un poeta verdadero, Whitman publica en 1855, a sus expensas, Hojas de hierba, un poemario breve –y casi anónimo: su nombre no aparece junto al título, sino sólo en la página de créditos– con el que aspira a transformar tanto el objeto de la literatura norteamericana –que él quiere que sea la propia sociedad del Nuevo Mundo, su geografía y sus gentes, su democracia– como el lenguaje que lo expresa, libre, natural y audaz. El libro, que recibe críticas feroces –salvo la del propio Emerson, que lo recibe con simpatía–, incluye un poema titulado «Poema de Walt Whitman, un americano», que después se titulará «Canto de mí mismo», integrante indiscutible del canon literario occidental. Whitman trabajará toda su vida en el poemario, del que dará nueve ediciones: 1855, 1856, 1860, 1867, 1871-1872, 1876, 1881, 1889 y 1891-1892, cada una de las cuales aumenta la anterior. Este crecimiento orgánico, que sólo concluirá con la muerte del poeta –la última edición llega a sus manos cuando está agonizando: por eso se la ha llamado «la edición del lecho de muerte»–, revela una visión del mundo determinada por la creencia en un dios que alienta en todos los individuos y en todos los elementos de la naturaleza, y que les infunde una dignidad y una capacidad de amar iguales. Su evolución recoge las experiencias vitales más importantes de Whitman, como su dedicación al cuidado de heridos y moribundos en la Guerra Civil americana, y se adentra en una vejez fatigada y llena de enfermedades.
Whitman muere en Camden, Nueva York, el 26 de marzo de 1892, después de que aquel librito que en 1855 fuera tachado de insulto a la poesía se hubiese convertido en la obra más renovadora de la literatura en lengua inglesa desde William Shakespeare.