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Siempre caro me fue este yermo cerro y este seto, que priva a la mirada de tanto espacio del último horizonte.
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Siempre caro me fue este yermo cerro y este seto, que priva a la mirada de tanto espacio del último horizonte. Mas, sentado y contemplando, interminables espacios más allá de aquellos, y sobrehumanos silencios, y una quietud hondísima en mi mente imagino. Tanta, que casi el corazón se estremece. Y como oigo el viento susurrar en la espesura,
voy comparando ese infinito silencio con esta voz. Y me acuerdo de lo eterno, y de las estaciones muertas, y de la presente y viva, y de su música. Así que, entre esta inmensidad, mi pensamiento anego, y naufragar me es dulce en este mar. (fuente:editorial)
Nació en Recanati (Italia) el 29 de junio de 1798. Junto a Manzoni es la gran figura de las letras italianas del siglo XIX y una de las más grandes de todos los tiempos. Hijo del conde Monaldo Leopardi y de la marquesa Adelaide Antici, pasó su precoz infancia y su adolescencia «los años locos y desesperadísimos» sumergido en la valiosa biblioteca del palacio familiar, creando múltiples obras en los más diversos géneros: poesía, narración, teatro, ensayo, traducción, estudios filológicos o su voluminoso diario, el Zibaldone. Fue un gran lector y conocedor de la literatura grecolatina, aunque también se aproximó a otras culturas a través de diversas lenguas, entre ellas la española, que conoció muy bien gracias a su preceptor el padre Torres, un jesuita mexicano expulso que los Leopardi acogieron en su palacio. Hacia 1819 el irrespirable ambiente familiar, el exceso de trabajo y los primeros problemas de salud así como las nuevas ideas que llegaban de Europa con la Revolución francesa y la invasión napoleónica, desencadenan en él unas grandes ansias de libertad que le llevan a huir de la casa paterna. En 1822, con veinticuatro años, llega a Roma, donde este primer contacto con el mundo, y en concreto con la sociedad romana, abre su horizonte intelectual y le permite entablar amistad con varios eruditos y escritores; sin embargo, estos mismos contactos le producirán una primera y honda decepción, que se repetirá en viajes sucesivos a otras ciudades (Bolonia, Milán, Florencia, Pisa, Nápoles). Cada una de sus escapadas de casa llevara consigo un brusco y desengañado regreso al palacio familiar, a una desesperada y autodestructiva inmersión en sus estudios y a seguir manteniendo una rica correspondencia con los espíritus más despiertos de su tiempo. (Es su Epistolario otra de las cimas creativas de este autor.) De 1831 es la primera edición de sus Canti (Cantos), publicados en Florencia, aunque la edición completa y aumentada será la napolitana de 1835. En una carta escrita pocos meses antes de su muerte en Nápoles, en 1837, al filólogo y literato suizo Luigi de Sinner, el poeta ya daba por terminados sus Pensieri (Pensamientos); pero éstos sólo se publicarían tras su muerte (1845). Cantos y Pensamientos son dos obras claves para comprender no sólo la vida y la obra de Leopardi, sino también su tiempo. En ambos libros, sentimiento y reflexión adquieren una dimensión altísima. Pureza y hondura, pesimismo y belleza, meditación y emoción, serenidad y desgarro, son valores contrapuestos que pugnan en la rica y compleja personalidad de este autor, comparable sólo con algunos de sus contemporáneos: Byron, Shelley, Keats o Hölderlin.